Hay
una frase que decimos y escuchamos muy a menudo últimamente: “Tengo la
conciencia muy tranquila”. Y cuando la oímos, en nuestras casas, en nuestro
círculo de amigos y conocidos, en el trabajo, en la calle, etc., nos preguntamos
pero ¿cómo es posible? En realidad, para empezar a analizar esta expresión, lo
que nos debemos cuestionar primero es qué es la conciencia y qué es tener una
buena y una mala conciencia.
La conciencia se define en general
como el conocimiento que un ser tiene de sí mismo y de su entorno, pero también
se refiere a la moral o bien a la recepción normal de los estímulos del
interior y el exterior. En términos filosóficos, la conciencia es la facultad de decidir y hacerse sujeto, es decir,
actor de sus actos y responsable de las consecuencias que de ellos se siguen,
según la percepción del bien y del mal.
Los
tres cerebros
El ser humano ha ido evolucionando a lo largo de millones
de años. El cerebro forma parte de esta evolución y, según la teoría del médico
norteamericano y neurocientífico Paul D. MacLean, el cerebro
humano resulta de la superposición e integración de las funciones de
tres cerebros distintos, con diferentes características estructurales,
neurofisiológicas y de comportamiento.
Así, podemos
decir que el cerebro no es un sólo cerebro, sino tres, que han ido creciendo
uno encima del otro en forma de capas:
- El cerebro reptiliano, que se
encuentra en la parte más profunda del mismo y es la herencia
de nuestro pasado compartido con los reptiles. Se encarga de las
funciones básicas para la supervivencia: comer, proteger el territorio, atacar
o huir, sexo, etc.
- El cerebro mamífero, que se
encuentra en la siguiente capa cerebral, que está
directamente relacionada con las emociones. Esta parte del cerebro evolucionó
para mejorar el almacenamiento y la recuperación de información.
- El neocórtex, que es la
capa más evolucionada del cerebro. Es una capa delgada, densa y extremadamente
interconectada. Es el lugar en el que ocurre el pensamiento. Esta capa controla
los procesos de alto nivel como la lógica, la creatividad, el pensamiento
abstracto, el lenguaje y la integración de la información sensorial.
Durante la evolución
del cerebro lo primero que se forma es el cerebro primitivo, después, el
cerebro reptiliano, luego se forma un cerebro mamífero y después, sobre este,
se forma el neocórtex o el cerebro humano. Aunque cada uno de ellos tiene su
función y todos actúan en nosotros, el cerebro mamífero es el dominante. Se
encarga, entre otras cosas, de las relaciones sociales y familiares, de la
crianza y de la supervivencia.
La pertenencia a un grupo
Los seres humanos
somos también gregarios, no tanto como otros mamíferos pero lo somos. Acumulamos
la información desde hace muchísimos años, décadas, siglos, de que la
supervivencia depende del sistema familiar y de la pertenencia a un grupo. Si
no formas parte de un grupo estás indefenso, no eres atendido y no son
satisfechas tus necesidades, quedas excluido y puedes morir.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiA4Wmi4VhyphenhyphenDT6VU9mQXKoTI2AapeAxCw9xPrqceRFR1BP169thuWJLQ3WADjkL6sMIEC5hyUTK8d2VD_hmV9mNz9CqUi8vcccNfTtiHlA3efyLVr5raQOJ-z0Kqq2xrCMlrEJJUKRhI7Q/s1600/tengo+la+conciencia+muy+tranquila+1.jpg)
Aunque en nuestra conciencia más elevada esto no es
realmente así, así es como lo entiende nuestro cerebro mamífero. De manera que,
lo que para nosotros está bien o está mal depende exclusivamente de lo que para
nuestro grupo esté bien o esté mal. Que lo es éticamente correcto para nosotros
va a depender de lo que sea éticamente correcto en nuestra familia o en nuestro
entorno social y cultural.
Buena y mala conciencia
Lo que para unos está bien, para otros no lo está. Actuamos
según nuestra buena conciencia pero, en concreto, según nuestra buena
conciencia de grupo, que viene determinada por la familia en la que hayas
nacido y el entorno cultural y social en el que te desarrolles.
Vamos
a poner un ejemplo: un individuo, llamémosle “A”, nace en un entorno social y
cultural en el que sacrificar tu vida, inmolarte y morir matando por una
determinada causa (p. ej., personas que llenan sus cuerpos de explosivos y los
detonan en mercados, colegios, hospitales… llenos de gente que consideran sus
enemigos), es considerado un acto heroico por el resto de tu grupo.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgC54_-7UgbTZmPYVpAzFhxdEkMIKhe_-EOLJnoGoTL_erwxBf_K30SUQFBpXMTBmc2cwMKGH5z-ON4YpLzgh3pS_sc0abhauCkMDZQnCuo6m3JqHPXhBwOX6rI7KeFovRI5_MYtnT_HmA/s1600/tengo+la+conciencia+muy+tranquila+2.jpg)
Esta
conciencia mamífera o de grupo es, en realidad, una conciencia inocente, no
crece, no madura porque no queremos ver más allá, es como la conciencia de un
niño.
Solamente
cuando podamos ver más allá de lo que nuestro sistema familiar o social considera
lo correcto, comprenderemos que nuestro sistema no es el único y que la nuestra
no es la única manera de hacer las cosas.
Únicamente
si abrimos nuestra conciencia, no la conciencia ética sino la conciencia más
elevada, podremos comprender que hay otras maneras de hacer las cosas, ni
mejores ni peores, ni buenas ni malas, simplemente, enriquecedoras.
Las
responsabilidades de nuestros actos
Cuando,
como individuos, escogemos lo que nos hace sentir bien, crecemos como personas y
enriquecemos a nuestro sistema familiar, le aportamos algo nuevo, algo que
quedará para nuestros descendientes. En este momento, en el que vamos más allá
de las normas y de los mandatos de nuestro sistema familiar, social o cultural,
nos hacemos de verdad adultos.
Ya
podemos asumir las responsabilidades de nuestros actos sin apoyarnos o refugiarnos
en la excusa de que he actuado así porque en la sociedad en la que vivo se ha
hecho así durante generaciones, lo considere éticamente correcto o no.
Al
hacer algo diferente o contrario a lo habitual en mi entorno tendré un
sentimiento de culpabilidad y este me hará crecer y desarrollarme como
individuo adulto, me enriquecerá. Luego, poco a poco, ese sentimiento de culpa
se irá mitigando, irá desapareciendo hasta que empiece a sentirme bien conmigo
mismo, al darme cuenta de que lo que hago realmente me beneficia.
Podremos
decir que es una culpa “buena”, porque me ha ayudado a asumir las
responsabilidades y a ser consecuente con mis actos, y “temporal”,
porque ha durado un tiempo concreto.
Cuando
nos hacemos responsables de nuestras decisiones los conceptos de bueno y malo
se desvanecen, desaparece el juicio. Ya no podemos seguir siendo "niñ@as
buen@s.
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