sábado, 22 de febrero de 2014

TENGO LA CONCIENCIA MUY TRANQUILA



Hay una frase que decimos y escuchamos muy a menudo últimamente: “Tengo la conciencia muy tranquila”. Y cuando la oímos, en nuestras casas, en nuestro círculo de amigos y conocidos, en el trabajo, en la calle, etc., nos preguntamos pero ¿cómo es posible? En realidad, para empezar a analizar esta expresión, lo que nos debemos cuestionar primero es qué es la conciencia y qué es tener una buena y una mala conciencia.
La conciencia se define en general como el conocimiento que un ser tiene de sí mismo y de su entorno, pero también se refiere a la moral o bien a la recepción normal de los estímulos del interior y el exterior. En términos filosóficos, la conciencia es la facultad de decidir y hacerse sujeto, es decir, actor de sus actos y responsable de las consecuencias que de ellos se siguen, según la percepción del bien y del mal.
Los tres cerebros
El ser humano ha ido evolucionando a lo largo de millones de años. El cerebro forma parte de esta evolución y, según la teoría del médico norteamericano y neurocientífico Paul D. MacLean, el cerebro humano resulta de la superposición e integración de las funciones de tres cerebros distintos, con diferentes características estructurales, neurofisiológicas y de comportamiento.
Así, podemos decir que el cerebro no es un sólo cerebro, sino tres, que han ido creciendo uno encima del otro en forma de capas:
-     El cerebro reptiliano, que se encuentra en la parte más profunda del mismo y es la herencia de nuestro pasado compartido con los reptiles. Se encarga de las funciones básicas para la supervivencia: comer, proteger el territorio, atacar o huir, sexo, etc.
-    El cerebro mamífero, que se encuentra en la siguiente capa cerebral, que está directamente relacionada con las emociones. Esta parte del cerebro evolucionó para mejorar el almacenamiento y la recuperación de información.
-    El neocórtex, que es la capa más evolucionada del cerebro. Es una capa delgada, densa y extremadamente interconectada. Es el lugar en el que ocurre el pensamiento. Esta capa controla los procesos de alto nivel como la lógica, la creatividad, el pensamiento abstracto, el lenguaje y la integración de la información sensorial.
Durante la evolución del cerebro lo primero que se forma es el cerebro primitivo, después, el cerebro reptiliano, luego se forma un cerebro mamífero y después, sobre este, se forma el neocórtex o el cerebro humano. Aunque cada uno de ellos tiene su función y todos actúan en nosotros, el cerebro mamífero es el dominante. Se encarga, entre otras cosas, de las relaciones sociales y familiares, de la crianza y de la supervivencia.
La pertenencia a un grupo
Los seres humanos somos también gregarios, no tanto como otros mamíferos pero lo somos. Acumulamos la información desde hace muchísimos años, décadas, siglos, de que la supervivencia depende del sistema familiar y de la pertenencia a un grupo. Si no formas parte de un grupo estás indefenso, no eres atendido y no son satisfechas tus necesidades, quedas excluido y puedes morir.

Según Bert Hellinger, la pertenencia a un grupo es un orden muy importante en los sistemas familiares, en las constelaciones familiares. Qué ocurre cuando nosotros no actuamos como nuestro grupo, pues que podemos ser excluidos, y si somos excluidos y dejamos de pertenecer a este grupo, nuestra supervivencia queda en peligro.
Aunque en nuestra conciencia más elevada esto no es realmente así, así es como lo entiende nuestro cerebro mamífero. De manera que, lo que para nosotros está bien o está mal depende exclusivamente de lo que para nuestro grupo esté bien o esté mal. Que lo es éticamente correcto para nosotros va a depender de lo que sea éticamente correcto en nuestra familia o en nuestro entorno social y cultural.
Buena y mala conciencia
Lo que para unos está bien, para otros no lo está. Actuamos según nuestra buena conciencia pero, en concreto, según nuestra buena conciencia de grupo, que viene determinada por la familia en la que hayas nacido y el entorno cultural y social en el que te desarrolles.
Vamos a poner un ejemplo: un individuo, llamémosle “A”, nace en un entorno social y cultural en el que sacrificar tu vida, inmolarte y morir matando por una determinada causa (p. ej., personas que llenan sus cuerpos de explosivos y los detonan en mercados, colegios, hospitales… llenos de gente que consideran sus enemigos), es considerado un acto heroico por el resto de tu grupo.
Por el contrario, para otros individuos pertenecientes a grupos de diferentes entornos socio-culturales, es probable que este sea un acto que, lejos de estar bien o ser considerado como heroico, está mal, es una atrocidad. Sin embargo, el individuo “A” lo habrá hecho con buena conciencia, convencido de que eso es exactamente lo que debía hacer, lo mejor para él y los suyos.
Esta conciencia mamífera o de grupo es, en realidad, una conciencia inocente, no crece, no madura porque no queremos ver más allá, es como la conciencia de un niño.
Solamente cuando podamos ver más allá de lo que nuestro sistema familiar o social considera lo correcto, comprenderemos que nuestro sistema no es el único y que la nuestra no es la única manera de hacer las cosas.
Únicamente si abrimos nuestra conciencia, no la conciencia ética sino la conciencia más elevada, podremos comprender que hay otras maneras de hacer las cosas, ni mejores ni peores, ni buenas ni malas, simplemente, enriquecedoras.
Las responsabilidades de nuestros actos
Cuando, como individuos, escogemos lo que nos hace sentir bien, crecemos como personas y enriquecemos a nuestro sistema familiar, le aportamos algo nuevo, algo que quedará para nuestros descendientes. En este momento, en el que vamos más allá de las normas y de los mandatos de nuestro sistema familiar, social o cultural, nos hacemos de verdad adultos.
Ya podemos asumir las responsabilidades de nuestros actos sin apoyarnos o refugiarnos en la excusa de que he actuado así porque en la sociedad en la que vivo se ha hecho así durante generaciones, lo considere éticamente correcto o no.
Al hacer algo diferente o contrario a lo habitual en mi entorno tendré un sentimiento de culpabilidad y este me hará crecer y desarrollarme como individuo adulto, me enriquecerá. Luego, poco a poco, ese sentimiento de culpa se irá mitigando, irá desapareciendo hasta que empiece a sentirme bien conmigo mismo, al darme cuenta de que lo que hago realmente me beneficia.
Podremos decir que es una culpa “buena”, porque me ha ayudado a asumir las responsabilidades y a ser consecuente con mis actos, y “temporal”, porque ha durado un tiempo concreto.
Cuando nos hacemos responsables de nuestras decisiones los conceptos de bueno y malo se desvanecen, desaparece el juicio. Ya no podemos seguir siendo "niñ@as buen@s.

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